[Traducción]
Presentamos un artículo que puede ser útil para cualquier párroco que desee un renacimiento eucarístico en su comunidad:
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Una propuesta radical para el renacimiento eucarístico de la Conferencia Episcopal de EEUU
Cuatro sencillos cambios en la forma de recibir la Comunión harán mucho
más por un renacimiento eucarístico que cualquier programa multimillonario.
P. John A. Perricone
Ominoso. Es la única palabra que
puede describir adecuadamente el estudio de PewResearch de 2020. Encuestó a los católicos sobre su creencia en la
Presencia Real de Cristo en la Sagrada Eucaristía. Casi el 70 por ciento de los
encuestados dijo que no. Escalofriante, pero no sorprendente. Incluso una
mirada casual a los feligreses que reciben la Sagrada Comunión en la mayoría de
las parroquias católicas revela una indiferencia reveladora.
No hace falta ser un fenomenólogo
para apreciar la importancia de los actos simbólicos en la auto-revelación del
hombre. La despreocupación ante la Sagrada Eucaristía es un signo condenatorio,
no sólo de la ausencia total de una piedad rudimentaria, sino de una creencia
marchita en la propia doctrina. Lo uno se deriva de lo otro tan ciertamente
como el día sigue a la noche. Si un católico muestra tanta atención a la
Sagrada Eucaristía como a recoger su pedido en Starbucks, algo va mal.
Los obispos estadounidenses parecen haberse dado cuenta de esta alarmante anomalía el año pasado. Es extraño que hayan detectado este colapso doctrinal tan recientemente, ya que ha sido evidente durante más de medio siglo. Es más bien como si a un hombre le mordiera un tiburón y sólo gritara una hora después.
Claramente, este desmoronamiento del dogma central de la Iglesia católica tuvo sus conspicuos antecedentes -antecedentes apoyados por estrategias cuidadosamente planificadas; todas ellas gestándose entre los grandes de la teología durante décadas. Muchos, ahora olvidados, sentaron profundamente las bases de la denostada Fe Católica ahora tan omnipresente. Por nombrar sólo algunos:
Edward Schillebeeckx, O.P., y su
atenuación de la gracia a través de los sacramentos
Karl Rahner, y su
"existencial sobrenatural"; por no hablar de su iconoclasta artículo
"Cómo recibir un sacramento y significarlo"
Toda la obra de la revista Concilium
La teología sacramental de la Theological Society of America,
1965-presente
Aunque esta lista no es exhaustiva (en realidad, es bastante esquelética), sí sugiere el formidable impulso que estableció los pilares sobre los que descansa la crisis actual.
Todo este enraizamiento teológico
cerebral sólo podría llamarse el mango de la lanza. La punta de la lanza tenía
dos puntas: la liturgia y la catequesis. Sin ellas, la revolución para socavar
la Sagrada Eucaristía habría nacido muerta. Estos dos vasos son los que llevan
la fe a los fieles de a pie. La liturgia y la catequesis inculcan no sólo la
doctrina, sino la piedad y toda la identidad y el ímpetu católicos.
Las reflexiones esotéricas de los falsos eruditos católicos habrían
acumulado polvo en las estanterías de las universidades y los seminarios si no
se hubieran traducido a la práctica mediante los instrumentos de la liturgia y
la catequesis. Esto es exactamente lo que se hizo con resultados impresionantes
y arrolladores. En el caso de la catequesis, el antiguo Catecismo de Baltimore
ancló firmemente la fe en las mentes de los jóvenes; su sucesor deja a los
jóvenes católicos a la deriva en un mar de restos de los sesenta pasados de
moda. Y todo esto ha ocurrido en los últimos sesenta años bajo la mirada
negligente de pastores y obispos. ¿O, deberíamos decir, ojo avizor?
Tan profunda fue esta transformación de la teología eucarística que los
católicos bienintencionados ahora llaman confiadamente a la Misa "una
comida" y a la Sagrada Eucaristía "pan de comunión." Bajo
esta lógica, es bastante hostil, por no decir procesable, negar a cualquier
hombre o mujer el acceso a la Sagrada Eucaristía. No son pocos los obispos que
gruñen a un sacerdote que incluso repite públicamente los requisitos
tradicionales para recibir la Sagrada Comunión. Muy "poco acogedor",
ya ven. Esta alarmante ruptura doctrinal se atrincheró tan profundamente que
incluso dictó nuevas formas arquitectónicas para las iglesias, confirmando el
principio de Marshall McLuhan: el medio es el mensaje.
Este útil telón de fondo nos
lleva de nuevo a los obispos. La encuesta Pew
fue un jarro de agua fría en sus caras, o en algunas caras. Hay que hacer algo.
Impulsen un renacimiento eucarístico de
tres años que culmine en un Congreso Eucarístico en 2024. Todo católico debe
rezar para que tenga éxito.
Pero, para ello, conviene hacer algunas propuestas. A
primera vista, pueden parecer radicales. De hecho, lo son; pero sólo porque se
contraponen tan crudamente al paisaje asolado de la práctica eucarística
actual. Algunas de estas propuestas pueden parecer tan antediluvianas que
resulten risibles. Pero esto demuestra aún más que la doctrina eucarística se
ha degradado tanto que tales cosas parecen casi tabú, como palabras de cuatro
letras.
Primera propuesta: Que los tabernáculos vuelvan al centro de cada iglesia.
Es interesante cómo los "liturgistas" se apoderaron de este
movimiento del tabernáculo desde el centro de cada iglesia a un lado, si no
fuera de la propia iglesia. Apelaron al Vaticano II, la herramienta preferida
para imponer a la Iglesia novedades que reconfiguraron la fe. De hecho, el
canon pertinente de 1983 (derivado de Sacrosanctum
Concilium) contradecía esto:
“El Sagrario en el que se reserva regularmente la Eucaristía debe
colocarse en una parte de la Iglesia que sea prominente, conspicua, bellamente
decorada y adecuada para la oración”. (Canon 938, 2)
Sólo los malpensados
interpretarían esta directiva como algo más que un mantenimiento del statu quo de las iglesias antes del
Concilio. Y punto. Cualquier marginación del tabernáculo transmite el mensaje
incuestionable de marginar a Cristo mismo. Ninguna disimulación
teológico-litúrgica puede ocultarlo. Los liturgistas pueden no atenerse a las
leyes ineludibles del símbolo natural, pero el pueblo llano sí.
Segunda propuesta: Abolir la comunión en la mano. Esta práctica de
contrabando, de principios de los sesenta, supuso una ruptura indisimulada con
una tradición milenaria que implantó profundamente una comprensión reflexiva de
la sagrada Eucaristía. Con facilidad, la práctica tradicional transmitía tanto
a letrados como a iletrados la inefable sacralidad del Sacramento del Altar.
Sin necesidad de palabras ni de largas explicaciones. De ahí la inmediatez del
acto simbólico: informa, eleva y apasiona.
Sólo la Iglesia explota el poder
del símbolo con su repertorio de actos rituales, todos ellos realizados sin
teatralidad ni cursilería, pero que encarnan todos los elementos del auténtico
drama. Lo que surge es una boda única de la más alta capacidad del hombre para
la poesía enhebrada con los trazos divinos de la Tercera Persona.
Los primeros años sesenta, esa
época desdichada, que mereció con razón el epíteto de W.H. Auden de los años
treinta, "esa década baja y deshonesta", marcó el fin de la comunión
reverencial y crítica en la lengua que puede rastrearse hasta una inquieta
élite teológica europea empeñada en retocar la fe de la Iglesia. Hicieron
fatuas apelaciones a la "sacralidad de todo el cuerpo" y a la
innovación como una "práctica antigua". Esos argumentos fueron
mendaces en su primera aparición, pero, a estas alturas, han superado tanto su
vida útil que su mera mención debería causar vergüenza.
Su mortífera propagación alarmó
tanto al Papa San Pablo VI que promulgó Memoriale
Domini en 1969. En él se enfrentaba a la perjudicial práctica introducida
ilícitamente, y dictaminó que debía cesar:
...con una comprensión cada vez más profunda de la verdad del misterio
eucarístico, de su poder y de la presencia de Cristo en él, surgió un mayor
sentimiento de reverencia hacia este sacramento y se sintió que se exigía una
humildad más profunda al recibirlo. Así se estableció la costumbre de que el
ministro pusiera una partícula de pan consagrado en la lengua del comulgante.
Este método de distribución de la
sagrada comunión debe conservarse, teniendo en cuenta la situación actual de la
Iglesia en el mundo entero, no sólo porque tiene detrás muchos siglos de
tradición, sino sobre todo porque expresa la reverencia de los fieles hacia la
Eucaristía.
Tercera propuesta: Eliminar a los ministros extraordinarios de la comunión.
De nuevo, para la mente católica común de hoy, una sugerencia como ésta suena
como la abolición de los Diez Mandamientos, sólo demostrando cuán penetrante es
la comprensión distorsionada de la Sagrada Eucaristía. El hecho de que pocos
católicos se refieran a los Ministros Extraordinarios es una prueba más del
férreo control de la incomprensión doctrinal. En el documento de 1997
promulgado por la Sagrada Congregación para la Liturgia y la Disciplina de los
Sacramentos (junto con otros siete dicasterios) se deja clara la naturaleza
extraordinaria de permitir a los laicos distribuir la Sagrada Comunión, muy
conscientes del fácil deslizamiento hacia el caos doctrinal:
El Santo Padre señala que "en algunas situaciones locales se han
buscado soluciones generosas e inteligentes (a la escasez de sacerdotes). La
misma legislación del Código de Derecho Canónico ha proporcionado nuevas
posibilidades, que, sin embargo, deben ser aplicadas correctamente, para no
caer en la ambigüedad de considerar como ordinarias y normales, soluciones que
estaban pensadas para situaciones extraordinarias en las que faltaban o
escaseaban los sacerdotes.
Estos dicasterios se atenían
claramente a Santo Tomás de Aquino en ST III, q.82, a.3, "Si la
dispensación de este sacramento pertenece sólo al sacerdote":
La dispensación del cuerpo de Cristo pertenece sólo al sacerdote, por
tres razones. Primero, porque él consagra como en la persona de Cristo; pero
como Cristo consagró su cuerpo en la cena, también lo dio a otros para que
participaran de él. Por consiguiente, como la consagración del cuerpo de Cristo
pertenece al sacerdote, así también le pertenece la dispensación. En segundo lugar,
porque el sacerdote es el intermediario designado entre Dios y el pueblo; por
tanto, así como le corresponde ofrecer a Dios los dones del pueblo, así también
le corresponde entregar al pueblo los dones consagrados. En tercer lugar,
porque por reverencia a este sacramento, nada lo toca, sino lo que está
consagrado; por eso el corporal y el cáliz están consagrados, y también las
manos del sacerdote, para tocar este sacramento. Por lo tanto, no es lícito que
nadie más lo toque, a no ser por necesidad, por ejemplo, si cayera al suelo, o
en algún otro caso de urgencia.
Cuarta propuesta: La recepción de la sagrada comunión debe hacerse
siempre de rodillas. En los últimos años se ha desatado una guerra contra
los pocos católicos que siguen la cristalina lógica interior de la doctrina
católica, arrodillándose para recibir la Sagrada Comunión. En su furia por
abolir el arrodillarse, los innovadores invocan la vacía excusa de la
uniformidad y la "costumbre local". Incluso el católico más ingenuo
ve esto como el disimulo desnudo que es. Uno se pone de pie para recibir un
almuerzo gratis, no para recibir el Pan de los Ángeles (perdón, ese tipo de
lenguaje sacro eriza la piel de la “vieja guardia” [Nota del traductor: los jueves
rezamos en la adoración: Les diste Pan del Cielo]). Es desconcertante
que los mismos pastores que perpetraron esta disminución no tan velada de la
doctrina eucarística deseen ahora promover la doctrina eucarística.
Intentar disfrazar por más tiempo
las causas de la degradación de la creencia eucarística es monumentalmente
falso, a la par del "Mago" de Oz ordenando a Dorothy: "¡No hagas
caso a ese hombre detrás de la cortina!".
Nuestros buenos obispos no han
tenido miedo en albergar gestos radicales en el pasado, incluso cuando han
sacudido a los fieles. ¿Por qué no uno más? ¿O cuatro más?
Excelencias, sacudan el statu quo. No teman escandalizar. Suban
al tercer raíl[1].
Sean pioneros. Embárquense en un
sorprendente renacimiento eucarístico.
Un renacimiento tradicional. Lo
único que tienen que perder es una crisis.
Fuente: https://www.crisismagazine.com/opinion/a-radical-proposal-for-the-usccbs-eucharistic-revival
[1] El tercer raíl de la política de un país es
una metáfora de cualquier asunto tan controvertido que está "cargado"
y es "intocable" hasta el punto de que cualquier político o
funcionario público que se atreva a abordar el tema sufrirá invariablemente
políticamente. La metáfora procede del tercer raíl de alta tensión de algunos
sistemas ferroviarios eléctricos. (Wikipedia)
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