jueves, 30 de marzo de 2023

La Crucifixión - San John Henry Newman


Cristo Crucificado
Diego Velásquez
1632


Publicamos un sermón del Cardenal Newman predicado el 25 de marzo de 1842. Parochial and Plain Sermons VII, 10.

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Fue maltratado, y él se dejó humillar, y no abrió su boca; como cordero llevado al matadero y como oveja muda ante sus esquiladores, no abrió su boca. (Is. 53,7)

Para san Pedro, el cristiano podría definirse como “el que ama a Alguien a quien no ha visto. Hablando de Cristo, dice: “a quien amáis sin haberlo visto; y en quien, sin verlo todavía, creéis y os alegráis con un gozo inefable y glorioso” (1 P. 1,8); y también habla de “gustar qué bueno es el Señor” (1 P. 2,3). Si no tenemos verdadero amor por Cristo, no somos verdaderos discípulos suyos; y no podemos amarle, si no sentimos una entrañable gratitud hacia Él; y no podremos sentir la gratitud que le debemos, si no somos vivamente conscientes de lo que Él sufrió por nosotros. Siendo las cosas como son, me parece imposible que alguien tenga un verdadero amor a Cristo sin experimentar tristeza y dolor al pensar en Sus amargos padecimientos, y sin que se sienta culpable de haberlos causado en parte, mediante sus propios pecados.

Sé muy bien, hermanos, y me gustaría que vosotros nunca lo olvidarais, que ese sentimiento no basta; no basta solo con sentir y nada más. Sentir aflicción por los sufrimientos de Cristo y no ir más allá y obedecerle, no es amor verdadero, sino una burla. El verdadero amor siente lo que hay que sentir, y hace lo que hay que hacer. Al igual que tener sentimientos ardientes y no observar luego una conducta religiosa es una hipocresía, así, en el otro extremo, una conducta correcta desprovista de sentimientos profundos es como mucho una forma muy imperfecta de religión. Y en este tiempo del año —la Semana de Pasión y la Semana Santa se nos pide que elevemos el corazón a Cristo y avivemos sentimientos y reflexiones de dolor y vergüenza, compunción y gratitud, amor y tierno afecto, horror y angustia, al repasar aquellos tremendos sufrimientos que fueron el precio de nuestra salvación.

Pidamos a Dios que nos dé todas las gracias. Y mientras le pedimos, en primer lugar, que nos haga santos, realmente santos, pidámosle también que nos dé la belleza de la santidad, que consiste en tiernos y vivos afectos hacia nuestro Señor y Salvador. En el caso del cristiano, esa belleza es lo que la hermosura de la persona a la apariencia del hombre: lo que logra que, por la bondad del Señor, nuestras almas alcancen no solo fuerza y salud, sino una especie de floración y encanto; y que, a medida que crecemos en edad, nos hagamos más jóvenes de espíritu, día tras día.

​Me diréis: ¿cómo se puede aprender a sentir dolor y angustia al pensar en los sufrimientos de Cristo? Contesto: pensando en ellos; o sea, meditándolos. Con la gracia de Dios, eso está al alcance de todos. Cualquiera que medite hondamente la historia de esos sufrimientos, recogidos en el evangelio, poco a poco y con la gracia de Dios, comprenderá el sentido que tienen, caerá en la cuenta, en cierta medida será como si los viera, sentirá que no son solo un relato escrito en un libro, sino una historia de verdad, una serie de acontecimientos que ocurrieron. Es una gran misericordia que este deber del que hablo, aunque tan elevado, esté al alcance de todo tipo de personas, instruidas y no instruidas, si se deciden a llevarlo a cabo. Cualquiera puede pensar en los sufrimientos de Cristo, si lo desea; y sabe bien qué es lo que debe pensar. “No está en los cielos para decir: ¿Quién podrá ascender por nosotros a los cielos a traerlo y hacérnoslo oír, para que lo pongamos por obra? Tampoco está allende los mares para decir: ¿Quién podrá cruzar por nosotros el mar a traerlo y hacérnoslo oír, para que lo pongamos por obra? No. El mandamiento está muy cerca de ti” (Dt. 30,12-14). Muy cerca, porque está en los cuatro evangelios que, al menos hoy por hoy, están abiertos a cualquiera. Todos pueden leer o escuchar los evangelios y al conocerlos sabrán cuanto se necesita para sentir lo que hay que sentir; sabrán todo lo que todos saben, todo lo que Dios ha dicho, todo lo que los santos más grandes han tenido que hacer para llenarse de amor y de fuego divino.

Ahora permitidme que os haga una o dos consideraciones para removeros el corazón y hacer que sintáis dolor por los sufrimientos de Cristo, como se nos pide en este tiempo litúrgico.

​1. Os habréis fijado en que a nuestro Señor se le llama cordero en el texto; es decir, que estaba tan indefenso y era tan inocente como un cordero. Puesto que la Escritura lo compara a este animal inofensivo e inerme, podemos sin presunción ni irreverencia tomar la imagen como una manera de representar a nuestra imaginación los sentimientos que deben encender en nosotros los sufrimientos de nuestro Señor. Quiero decir, pensad lo horrible que es leer relatos que a veces nos topamos de crueldades infligidas a algunos animales. ¿No es verdad que nos estremecemos al oírlos contar, o cuando los leemos por casualidad en alguna publicación que tomamos al azar? A veces se trata de reacciones gratuitas de propietarios bárbaros e irascibles que maltratan a su ganado o bestias de carga; otras veces, el frío y calculado acto de hombres de ciencia que hacen experimentos en animales, quizá movidos solo por pura curiosidad. Por diversas razones, no entraré en detalles, pero un caso de estos días, más llamativo que el resto, es el de la pobre víctima indefensa que se amarra a una pared, se la acuchilla y atraviesa, y se la deja así hasta que muere desangrada. Comprenderéis que para decir esto tengo un motivo, y que mis palabras no buscan angustiaros sin más. Porque, ¿qué es esto sino la misma crueldad que se empleó con nuestro Señor? Su carne fue desgarrada con un látigo, le taladraron las manos y los pies, y así lo clavaron a la cruz, y ahí lo dejaron, para que sirviera de espectáculo además. ¿Por qué se nos mueve el corazón y nos pone malos la crueldad con que se trata a pobres animales? En primer lugar, porque no han hecho mal alguno; luego porque no tienen la menor capacidad de defenderse. Es la cobardía y la tiranía de que son víctimas lo que nos hace sus sufrimientos particularmente conmovedores. Por ejemplo, si fueran animales peligrosos, como las fieras salvajes en general, capaces no solo de defenderse sino de atacarnos, por mucho que nos desagradara saber de sus heridas y de su agonía, nuestros sentimientos serían muy distintos. Pero hay algo tan horrible, tan satánico en atormentar a animales que no nos han hecho ningún daño y que no se pueden defender, que están tan completamente a nuestra merced, que carecen de armas tanto de defensa como de ataque, que solo a las personas muy encallecidas les parece lo normal. Pues bien, ese fue precisamente el caso de nuestro Señor: había puesto a un lado su gloria, había (por así decir) despedido a sus legiones de ángeles, vino a la tierra sin más armas que las de la verdad, manso y justo, y se entregó al mundo en perfecta inocencia y sin pecado, y en completa indefensión, como el Cordero de Dios. En palabras de san Pedro, “Él no cometió pecado, ni en su boca se halló engaño; al ser insultado, no respondía con insultos; al ser maltratado, no amenazaba, sino que ponía su causa en manos del que juzga con justicia” (1 P. 2,22-23). Pensad pues, hermanos, cuáles son vuestros sentimientos cuando se trata con crueldad a los animales, y tendréis un paralelo del tipo de sentimientos que la historia de la cruz y Pasión de Cristo debería provocar en vosotros. Y dejadme que añada que, en todos los casos, un buen uso al que podréis aplicar los casos de actos despiadados y sin sentido contra los animales que lleguen a vuestros oídos es que os hagan pensar en los sufrimientos de Cristo, como si fuera una pintura. Él, que está por encima de los ángeles, se dignó abajarse hasta la condición de una tosca criatura, como dice el salmo: “yo soy un gusano, no un hombre, oprobio de los hombres, desprecio del pueblo” (Sal. 22,7).

​2. Otro ejemplo nos hará ver lo mismo pero de forma más impresionante. ¡Qué abrumados no nos sentiremos al, no digo ver, sino simplemente enterarnos de que se trata con crueldad a un niño! ¿Y por qué? Por las mismas dos razones: porque es inocente y porque es incapaz de defenderse. No entraré en los detalles de tales crueldades ya que sería desgarrador. ¿Qué pasaría si unos hombres malos cogieran a un chiquillo y lo crucificaran? ¿Qué, si intencionadamente tomaran su pobre cuerpo, le estiraran los brazos, se los clavaran a un madero en forma de cruz, atravesaran sus pies con una estaca y se los fijaran a una viga, y le dejaran morir ahí? Solo decirlo es casi demasiado brutal; quizá penséis que es demasiado brutal, y que no hay que decirlo. Hermanos, sentís horror ante esto que os digo y, sin embargo, leéis los sufrimientos de Cristo sin sentir ese mismo horror. Porque, ¿qué es la agonía de ese chico comparada con la de Él? Y ¿quién la merecía más? ¿Quién de los dos es más inocente? ¿Quién más santo? ¿No era Cristo más amable, más dulce, manso, más tierno, más amante, que cualquier chiquillo? ¿Por qué os horrorizáis con uno, y no os horrorizáis con otro?

​Tomad otro caso, no tan duro en sus circunstancias, pero que nos lleva a otra distinción en la que la Pasión de Cristo supera el sufrimiento de cualquier otra criatura inocente como las que he imaginado. Cuando José fue enviado por su padre a sus hermanos con un mensaje de amor, estos, al verle, dijeron: “Mira, ahí viene ese soñador; vamos ahora, matémoslo” (Gn. 37,19-20). Pero no lo mataron, sino que, lleno de angustia, lo echaron a un pozo y lo vendieron como esclavo a unos ismaelitas que se lo llevaron a un país extranjero donde no tenía a nadie. Esto fue una gran crueldad y una gran cobardía por parte de sus hermanos, y lo más estremecedor es que José no solo era inocente y estaba indefenso, no solo era el hermano pequeño al que debían haber protegido, sino que era tan confiado y cariñoso que no tenía por qué haber ido a donde ellos estaban; de ninguna manera se habría puesto en su poder si no hubiera sido por su deseo de prestarles un servicio. ¿En quién nos hace pensar esta historia sino en Aquel de quien el dueño de la viña, al enviarlo donde los viñadores, pensó “a mi hijo lo respetarán”? “Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron: Éste es el heredero. Vamos, lo mataremos y nos quedaremos con su heredad. Y lo agarraron, lo sacaron fuera de la viña y lo mataron” (Mt. 21,37-39). Así pues, en la historia de José se añade un grado más de crueldad, que nos afecta en el caso de Cristo, y que no puede darse ni en el caso de los animales ni en el de los niños: nuestro Señor no solo era inocente y no podía defenderse sino que había ido al encuentro de sus perseguidores para ofrecerles su amor.

​3. Ahora, en vez del caso del joven inocente y confiado, pongamos otro ejemplo que nos presentará la Pasión de nuestro Señor bajo otra luz. Supongamos que una persona mayor y venerable a la que conocemos desde que tenemos uso de razón, a la que queremos y respetamos, suponed que esa persona, que tan a menudo nos ha tratado bien, nos ha enseñado cosas, nos ha dado buenos consejos, nos ha animado, nos ha sonreído, nos ha confortado en nuestras dificultades, que sabemos que es muy bueno y religioso, santo, lleno de sabiduría, lleno de sentido sobrenatural, con cabello cano y rostro imponente, a la espera de que Dios lo llame para dejar este mundo por otro mejor; suponed, digo, que a esta persona a la que conocemos y cuya memoria nos es tan querida, de pronto la agarran unos hombres malvados, la desnudan en público, la insultan, la llevan de aquí para allá, la convierten en el hazmerreír de la gente, la pegan, la escupen, la echan encima unas ropas ridículas, luego la muelen a latigazos en la espalda, le echan encima una pesada carga hasta que ya no puede con ella, la empujan y la arrastran, y al final la exponen con todas sus heridas a la mirada de una multitud grosera que la abuchea. ¿Qué sentiríamos? Pensemos en esa persona concreta, o en la otra, y considerad cómo tendríamos el corazón de abrumado y completamente taladrado de dolor, si semejante cosa horrible llegar a ocurrir.

​Y ¿qué es todo esto comparado con los sufrimientos de Jesús bendito, que estamos tan acostumbrados a leer como cosa sabida? Pensad simplemente en cómo con el cuerpo lleno de heridas, y sin ropa, tuvo que arrastrarse por una escalera, como pudo, hasta lo alto de la cruz, para que sus asesinos lo enclavaran en ella; y pensad quién era el que se encontró en medio de tanta miseria. O vedlo morir, desangrándose hora tras hora hasta el final. Y ¿cómo? ¿En paz? No: con los brazos estirados, el rostro expuesto a las miradas, para que cualquiera que quisiera se le quedara mirando, y le insultara, y viera cómo menguaban sus fuerzas y se cernía la muerte sobre Él. Estos son detalles terribles que recoge el evangelio y que desde luego no están ahí por casualidad, sino para que nosotros los meditemos. ¿Pensáis que los que vieron estas cosas tendrían ánimo para comer, beber o pasárselo bien? Al contrario, se nos dice que “toda la multitud que se había reunido ante este espectáculo, al contemplar lo ocurrido, regresaba golpeándose el pecho” (Lc. 23,48). Si esto sentía la gente, ¿qué sentiría san Juan, o santa María Magdalena, o santa María, la Madre bendita de nuestro Señor? ¿Tenemos deseos de pertenecer a este grupo? ¿Tenemos deseos, según Su promesa, de ser más benditos que el vientre que lo llevó y los pechos que le criaron? ¿Tenemos deseos de ser su hermano, su hermana, su madre (Mt. 12,46-50)? En ese caso, ¡tendremos que cargar con parte del dolor de la madre! Cuando Él estaba en la cruz y ella estaba allí al pie, entonces, según la profecía de Simeón, “una espada traspasó su alma” (Lc. 2,35). ¿Qué sentido tiene guardar la memoria de su Pasión y cruz si no es para llorar y padecer el dolor de la Virgen? Entiendo a la gente que no guarda en absoluto el Viernes Santo. Son unos grandes ingratos, pero sé lo que hacen; los entiendo. No entiendo en absoluto, no veo en absoluto lo que pretenden las personas que dicen que guardan esa memoria, pero no sienten dolor o al menos no intentan sentirlo. Ese espíritu de aflicción y de lágrimas lo menciona expresamente la Escritura como un rasgo de los que buscan a Cristo. Si uno no siente ese dolor, ¿no será que no lo busca? “Sobre la casa de David y sobre los habitantes de Jerusalén derramaré”, dice nuestro Salvador misericordioso, antes de venir al mundo, hablando de lo que había de ocurrir, “un espíritu de gracia y de plegaria para que fijen en Mí la mirada. Por el que traspasaron, por él harán duelo con el llanto por el hijo único; se afligirán amargamente por él con el dolor por el primogénito” (Za. 12,10).

​Añadiré algo. Si hay entre los presentes quienes no sienten el dolor que este tiempo santo debe provocar, si sienten ahora lo mismo que en cualquier otro tiempo, que consideren si esa deficiencia no procederá de haber faltado a la iglesia con demasiada frecuencia en este tiempo de Pasión, o en otros. Nuestros sentimientos no dependen de nosotros. Solo Dios tiene poder sobre nuestros sentimientos. Solo Dios puede hacer que sintamos dolor cuando nosotros no podríamos. Pero ¿lo hará, si nosotros no le hemos buscado con diligencia en esta casa de la gracia, siempre que hemos podido? Me refiero a los que podrían venir a rezar con más frecuencia y no lo hacen. Sé que muchos no pueden venir. Hablo de los que podrían, si quisieran. Incluso si vienen todo lo que pueden, bien sé que no se sentirán satisfechos con sus sentimientos; incluso entonces, serán conscientes de que deberían afligirse más de lo que lo hacen. Desde luego, ninguno de nosotros siente el gran acontecimiento de estos días como debiera, y por tanto todos debemos sentirnos insatisfechos con nosotros mismos. Sin embargo, si esto no es culpa nuestra, no tenemos por qué sentirnos desanimados, porque Dios mismo en su bondad nos llevará adelante, a Su tiempo. Pero si procede de que no venimos aquí a rezar con la frecuencia con que podríamos, entonces nuestra frialdad y nuestra atonía sí son culpa nuestra, y yo os pido a todos que os deis cuenta de que semejante falta no es una falta pequeña. El Apocalipsis dice “Mirad, viene rodeado de nubes y todos los ojos le verán, incluso los que le traspasaron, y se lamentarán por él todas las tribus de la tierra” (Ap 1,7). Vosotros, yo, hermanos míos, todos y cada uno, saldremos de nuestras tumbas algún día y veremos a Jesucristo. Veremos al que colgó de la cruz, veremos sus heridas, veremos las heridas de las manos y de los pies, y del costado. ¿Queremos ser de los que, entonces, se lamentarán y llorarán, o de los que se regocijarán? Si no queremos lamentarnos entonces a la vista de Él, tenemos que lamentarnos ahora pensando en Él. Preparémonos para el encuentro con nuestro Dios, pongámonos en Su presencia siempre que podamos, procuremos imaginarnos que vemos la cruz, y a Él subido a ella. Acerquémonos. Pidámonle que nos mire como miró al ladrón arrepentido, y digámosle: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino” (Lc. 23,42).

​Hermanos míos, a la oración con que estáis a punto de abandonar esta iglesia vamos a añadir algo. Después de daros yo la bendición, haréis en silencio esta breve oración. Imaginaos que veis a Jesucristo en la cruz, y decidle, con el ladrón arrepentido: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino”. Esto es: “acuérdate de mí, Señor, en tu misericordia, no te acuerdes de mis pecados, sino de tu cruz; recuerda tus propios sufrimientos, recuerda que Tú sufriste por mí, pecador; recuerda en el último día que yo, durante el tiempo de mi vida, sentí tus sufrimientos, que yo sufrí en mi cruz, a Tu lado. Acuérdate de mí entonces, y haz que yo me acuerde de Ti ahora”.

viernes, 10 de marzo de 2023

La omisión de 1 Corintios 11, 27-29 en el Leccionario de la Forma Ordinaria de la Santa Misa: Lo que sabemos y una hipótesis.



[Traducción]

Matthew Hazell

La reciente discusión y votación de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos (USCCB) sobre si redactar o no un documento de enseñanza sobre la Eucaristía[1] ha suscitado mucho debate en la red, una vez más, sobre la omisión de 1 Corintios 11, 27-29 del leccionario de la Forma Ordinaria del Rito Romano. El Dr. Peter Kwasniewski examinó esta omisión aquí en NLM hace algunos años, y es una de las omisiones más conocidas en el leccionario de la Misa de la OF[2]. [2] El pasaje en cuestión dice lo siguiente (versículos omitidos en cursiva):

Hermanos: (23) He recibido del Señor lo que también os he transmitido: que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, (24) y, después de dar gracias, lo partió y dijo: "Esto es mi cuerpo, que es por vosotros. Haced esto en memoria mía". (25) De la misma manera tomó también la copa, después de cenar, diciendo: "Esta copa es la nueva alianza en mi sangre. Haced esto todas las veces que la bebiereis, en memoria mía". (26) Porque todas las veces que comiereis este pan y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga. (27) Por tanto, quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será culpable del cuerpo y de la sangre del Señor. (28) Examínese, pues, cada uno a sí mismo, y coma así del pan y beba de la copa. (29) Porque el que come y bebe sin discernir el cuerpo, come y bebe juicio contra sí mismo. (RVR-CE)

Como hay mucha especulación sobre esta omisión en particular y las razones que hay detrás de ella, pensé en compartir lo que he logrado averiguar en el curso de mi estudio e investigación sobre la reforma del leccionario posterior al Vaticano II. El cuadro aún no está completo, pero creo que hay suficiente información para formar una hipótesis tentativa sobre cómo 1 Corintios 11, 27-29 terminó siendo omitido del leccionario reformado.

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La Constitución sobre la Liturgia del Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, pedía en su n. 51 que "las partes más importantes/una porción más representativa" (praestantior pars) de la Biblia se leyeran en la Misa "en el curso de un número prescrito de años" (intra praestitutum annorum spatium)[3]. [El Coetus XI del Consilium ad exsequendam Constitutionem de Sacra Liturgia[4] sería posteriormente el grupo de estudio encargado de elaborar el orden reformado de las lecturas. En julio de 1967, sus trabajos habían progresado hasta el punto de que se publicó un proyecto de Ordo lectionum para los domingos, los días laborables y ciertas fiestas de los Santos, que se envió para consulta a cada conferencia episcopal, a todos los participantes en el primer Sínodo de los Obispos y a unos 800 expertos bíblicos, litúrgicos, pastorales y catequéticos[5]. El P. Annibale Bugnini, secretario del Consilium, nos dice que se recibieron unas 460 respuestas como resultado de esta consulta, compuestas por 300 páginas de observaciones generales y 6.650 "fichas" sobre perícopas individuales[6].

Para la fiesta del Corpus Christi, el Ordo lectionum de 1967 preveía dos series de lecturas: una in die y otra in solemnitate. Las lecturas in die son en gran parte similares a las existentes en el Missale Romanum de 1962, con la adición de una lectura del Antiguo Testamento y un salmo responsorial:

Primera lectura: Éxodo 24, 3-8

Salmo responsorial: 115[116], 12+14, 15+16ac, 17-18 (R. 13)

Segunda lectura: 1 Corintios 11, 23-29

Aclamación del Evangelio: Juan 6, 56 [Nova Vg = v. 55]

Evangelio: Juan 6, 56-59 [Nova Vg = vv. 55-58]

Ordo lectionum pro dominicis, feriis et festis sanctorum (Schema 233, July 1967), p. 74

Es fundamental señalar que la segunda lectura que aquí se propone es idéntica a la epístola del Corpus Christi del Misal de 1962. No se ha omitido ningún versículo[7]. La lectura del Evangelio tampoco ha cambiado respecto al Misal de 1962, proponiéndose aquí la primera mitad del versículo del Aleluya como Aclamación del Evangelio. 

Las lecturas designadas in solemnitate son las siguientes:

Primera lectura: Proverbios 9, 1-5

Salmo responsorial: 22[23], 1-2a, 2b-3, 5, 6 (R. 5ad)

Segunda lectura: 1 Corintios 10, 14-21

Aclamación del Evangelio: Juan 6, 57 [Nova Vg = v. 56]

Evangelio: Lucas 22, 14-20

Ordo lectionum pro dominicis, feriis et festis sanctorum (Schema 233, July 1967), p. 75

Aparte de la Aclamación del Evangelio, que es la segunda mitad del versículo Aleluya del Misal de 1962, las lecturas aquí propuestas son nuevas para el Corpus Christi. El Evangelio está tomado de la Misa votiva de Nuestro Señor Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote del Misal de 1962.

Podemos ver que, en una fase bastante avanzada de la reforma, 1 Corintios 11, 27-29 todavía iba a incluirse en el leccionario revisado. Entonces, ¿qué ocurrió? 

Como resultado de la consulta mencionada anteriormente, se introdujeron una serie de cambios en el proyecto de 1967. En su relato de la reforma litúrgica, Bugnini escribe que: 

[El sistema se revisó radicalmente en enero de 1968: se eliminaron pasajes considerados demasiado difíciles; se añadieron pasajes que faltaban; se mejoró la división en versículos; se modificaron las lecturas de los domingos de Cuaresma y de algunas fiestas mayores. Los cambios más importantes se introdujeron con ocasión de la décima asamblea general del Consilium (abril de 1968)... Fueron los peritos a quienes se había enviado el cuestionario internacional quienes sugirieron que en las grandes solemnidades se ofrecieran pasajes alternativos al menos para el evangelio, sin que la fiesta perdiera por ello su tonalidad característica[8]. 

El propio Coetus XI nos da un poco más de información en su esquema de abril de 1968: 

La fiesta del Corpus Christi. Para esta fiesta, el Ordo distinguía entre lecturas in die y lecturas in sollemnitate. Muchos peritos dudaban de la utilidad de las lecturas in sollemnitate, y proponían que sería mejor tres formularios completos, según el ciclo trienal. Los textos parecerían entonces suficientes y también de gran importancia. Aceptamos esta propuesta. De este modo, además, es posible leer la perícopa de Marcos, que de otro modo el pueblo sólo escucha el Domingo de Ramos en el contexto de todo el relato de la Pasión.[9] 

Las lecturas del Corpus Christi se modificaron así para la editio typica de 1969 del Ordo lectionum Missae

Año A

Primera lectura: Deuteronomio 8, 2-3; 14b-16a

Salmo responsorial: 147, 12-13; 14-15; 19-20 (R. 12a)

Segunda lectura: 1 Corintios 10, 16-17 [nota: esta lectio está tomada del formulario "in solemnitate" del proyecto de 1967, y ha sido abreviada].

Aclamación del Evangelio: Juan 6, 51

Evangelio: Juan 6, 51-58 [nota: esta lección está tomada del formulario "in die" del proyecto de 1967, y ha sido alargada].

 

Año B

Primera lectura: Éxodo 24, 3-8 [nota: esta lección está tomada del formulario "in die" del proyecto de 1967].

Salmo responsorial: 115[116]: 12-13, 15+16bc, 17-18 (R. 13) [nota: este salmo está tomado del formulario "in die" del proyecto de 1967, con algunos pequeños cambios en los versículos utilizados].

Segunda lectura: Hebreos 9, 11-15

Aclamación del Evangelio: = Año A

Evangelio: Marcos 14, 12-16; 22-26

 

Año C

Primera lectura: Génesis 14, 18-20

Salmo responsorial: 109: 1, 2, 3, 4. (R. 4bc)

Segunda lectura: 1 Corintios 11, 23-26 [nota: esta lección está tomada del formulario "in die" del proyecto de 1967, y ha sido abreviada].

Aclamación del Evangelio: = Año A

Evangelio: Lucas 9, 11b-17


Ordo lectionum Missae, editio typica altera (1981), pp. 94-95

Con la introducción del ciclo trienal en la fiesta del Corpus Christi y los cambios introducidos por el Coetus XI, la lectura tradicional de la epístola quedó, lamentablemente, desprovista de los versículos 27-29 y relegada a leerse sólo en el año C. 

Desgraciadamente, todavía nos falta la última pieza importante de este rompecabezas: las 460 respuestas de la consulta. A falta de esta información, no se puede decir con certeza por qué 1 Corintios 11, 27-29 fue eliminado de la lectura de la epístola para el Año C, pero creo que los datos existentes nos permiten construir una hipótesis razonable. 

He mencionado anteriormente en NLM las observaciones de Dom Adrian Nocent, O.S.B., sobre la "publicidad" del leccionario en el contexto del debate dentro del Coetus XI: "Algunos, por ejemplo, argumentando a partir de los métodos modernos de investigación, querían que sólo se proclamara la ipsissima verba Christi en una sola frase. Esto podría haber causado una profunda impresión en los oyentes"[10]. Aunque esta idea un tanto extraña fue rechazada por los miembros del grupo, el hecho de que se discutiera parece indicar que al menos una minoría del Coetus XI estaba en general a favor de lecturas más cortas que largas. Los primeros comentarios del grupo sobre la longitud de algunas de las perícopas que les sugirieron los expertos bíblicos también son indicativos de ello: 

Muchos han observado que ciertas perícopas, tal como han sido seleccionadas por los biblistas, son muy largas, especialmente las seleccionadas del Antiguo Testamento, mientras que, por el contrario, otras, según los principios exegéticos, se dividen aquí o allá, y son claramente más cortas. [...] 

¿Qué es lo que, a nuestro juicio, parece adecuado según los principios pedagógicos? 

- si las perícopas son breves, no hay tiempo suficiente para que se fije verdaderamente la atención del oyente.

- si las perícopas son largas, no mantendrán la atención del oyente;

- las perícopas, sobre todo las destinadas a explicar la doctrina, deben terminar con versos que llamen realmente la atención, porque inmediatamente después la atención decae.[11]

En el Ordo lectionum pro dominicis, feriis et festis sanctorum de 1967, el Coetus XI pensó, evidentemente, que la duración de las lecturas era más o menos correcta, ya que sólo siete perícopas en total están provistas de formas opcionales más breves, todas en domingo[12]. Después de la consulta, sin embargo, el número de éstas aumentó drásticamente, y un total de cuarenta y dos perícopas sólo los domingos recibirían formas cortas opcionales en el Ordo lectionum Missae promulgado. 

Una de las razones es que algunas lecturas se combinaron para crear espacio para otras adicionales. Por ejemplo, Efesios 1, 3-8 y 9-14, que en el borrador de 1967 se leían los domingos 5B y 6B después de Pentecostés respectivamente, se fusionaron en una sola lección, 1, 3-14, que ahora se lee el domingo 15B anual; esto se hizo para reducir el número de lecturas de Efesios y aumentar el número de lecturas de 2 Corintios[13]. Para compensar, se dio a Efesios 1, 3-14 una forma abreviada opcional, vv. 1-10. 

Sin embargo, estas reorganizaciones y combinaciones de perícopas no explican la mayoría de las formas breves que figuran en el Ordo lectionum Missae de 1969. Así pues, incluso sin tener acceso a los resultados de la consulta, parece bastante obvio que varios de los expertos recomendaron que las lecturas fueran más breves. Sospecho que la minoría de Coetus XI que estaba a favor de lecturas más cortas en general estaba muy interesada en destacar estas partes de la información, que probablemente desempeñaron el papel de "se lo dijimos" en las discusiones del grupo. También creo que es más que probable que la mayoría de las formas cortas ad libitum en el leccionario reformado, tal como se promulgaron, sean una posición de compromiso de última hora entre los miembros que consideraban que muchas perícopas eran demasiado largas y los que, por otro lado, estaban contentos con su longitud[14]

Además, también parece obvio que la longitud no fue la única consideración en las ediciones tardías hechas al leccionario reformado. Como Bugnini alude en la cita anterior, los expertos consultados también parecen haber sugerido la supresión de muchos "textos difíciles". Por ejemplo, en todas las ocasiones del Año A del ciclo dominical en las que aparece la frase "llanto y crujir de dientes", la lectura del Evangelio (de Mateo) recibe una forma abreviada que omite esta frase, un hecho que he señalado en un artículo anterior de NLM.

Me parece que hay, por tanto, dos posibles razones por las que 1 Corintios 11, 27-29 desapareció al final del proceso de reforma del leccionario post-Vaticano II: 

1.       los versículos se suprimieron porque algunos expertos, junto con miembros del Coetus XI, pensaron que distraían de lo que consideraban el "núcleo" del pasaje (la institución de la Eucaristía) y que acortar la lección prescindiendo de ellos mejoraría el enfoque catequético del leccionario;

2.       se suprimieron porque se consideró que el aspecto del "juicio" era demasiado "difícil"; la solución obvia, en mi opinión, de alargar la perícopa hasta el v. 32 para que terminara con una nota algo "positiva" ("para que no seamos condenados junto con el mundo") se excluyó de facto debido al interés por acortar las lecciones. 

En conclusión, como conocedor de los esquemas del Coetus XI, estoy bastante seguro de que mis hipótesis se acercan a la realidad. No obstante, conviene precisar que estas explicaciones no se excluyen mutuamente y que, por el momento, sólo son posibles y no definitivas, dado que aún nos falta un elemento de información importante (la respuesta a la consulta). La caridad parece requerir que la malicia y la mala voluntad también sean descartadas en esta etapa - como carecemos de cualquier comentario hecho en el proceso de consulta del borrador del leccionario de 1967, no puede haber certeza sobre cualquier 'buena' o 'mala' intención. 

Sin embargo, incluso si las intenciones detrás de esta omisión pudieran interpretarse como "buenas" o "bienintencionadas", parece innegable que, más de medio siglo después, la eliminación de 1 Corintios 11:27-29 del leccionario de la Forma Ordinaria ha tenido efectos catastróficos en la formación litúrgica, dogmática y espiritual de los fieles católicos. Es una omisión que, junto con muchas otras, urge corregir. 

Fuente: https://www.newliturgicalmovement.org/2021/06/the-omission-of-1-corinthians-11-27-29.html#.ZAu013bMLIU



[1] Para reiterar: no se trataba de una discusión o votación sobre un documento, sino sobre si el Comité de Doctrina de la USCCB debería siquiera redactar tal documento en primera instancia. La votación fue aprobada, con 168 votos a favor, 55 en contra y 6 abstenciones. Para más información, véase aquí.

[2] Véase, por ejemplo, este reciente artículo sobre la fiesta del Corpus Christi en Watershed. Esta omisión no es ni mucho menos la única notable; véase el prólogo del Dr. Kwasniewski a mi libro de 2016 Index Lectionum: A Comparative Table of Readings for the Ordinary and Extraordinary Forms of the Roman Rite para ejemplos de otras.

[3] Sobre la traducción de praestantior pars, véase Gregory DiPippo, "Sacrosanctum Concilium and the New Lectionary". Para más información sobre las sugerencias y discusiones de los Padres conciliares sobre el leccionario, véase mi serie de NLM en tres partes "El Concilio Vaticano II y el Leccionario": primera parte, segunda parte, tercera parte.

[4] El Consilium ad exsequendam Constitutionem de Sacra Liturgia fue el organismo creado por el Papa Pablo VI para llevar a cabo la reforma postconciliar de la liturgia. El Consilium se organizó en varios coetus ('grupos de estudio'), cada uno de los cuales se encargaría de redactar partes concretas de la reforma litúrgica; sus propuestas de esquema serían debatidas y votadas por los Padres del Consilium, ajustadas si fuera necesario, y enviadas después al Papa para su aprobación final.

[5] Schema 233 (De Missali, 39), julio de 1967: Ordo lectionum pro dominicis, feriis et festis sanctorum (Typis Polyglottis Vaticanis, 1967). En 2018, compilé una tabla de lecturas para este proyecto de ordo; se puede encontrar aquí.

[6] Annibale Bugnini, The Reform of the Liturgy 1948-1975 (Collegeville, MN: Liturgical Press, 1990), p. 419.

[7] Aunque también hay que señalar que la lectura de la epístola en el Misal de 1962 para la tarde del Jueves Santo, 1 Corintios 11, 20-32, se acortó en el Ordo lectionum de 1967 a 11, 23-29, es decir, la misma lectura que en Corpus Christi.

[8] Bugnini, La Reforma de la liturgia, pp. 419-420. La revisión de las lecturas fue discutida por los Padres del Consilium el 25 de abril de 1968: véase ibid., p. 177 y s. 74, y [n.d.], "Decima sessio plenaria "Consilii"", Notitiae 40 (1968), pp. 180-184, en p. 184.

[9] Schema 286 (De Missali, 49), 6th April 1968, p. 2:

In festo Corporis Christi. Pro hoc festo Ordo distinguebat lectiones in die et lectiones in sollemnitate. Multi periti dubitant de utilitate lectionum in sollemnitate, et proponunt ut potius fiant tria formularia completa secundum cyclum trium annorum. Textus sufficientes adsunt et sunt item magni momenti. Ideo accepimus propositionem. Hoc modo poterit legi etiam pericopa Marci quae, secus audiretur a populo solum in Dominica Palmarum in contextu narrationis totius Passionis.

[10] Véase Adrian Nocent, "The Roman Lectionary for Mass" en Ansgar Chupungco (ed.), Handbook for Liturgical Studies (Collegeville, MN: Liturgical Press, 1997-2000, 5 vols.), vol. 3, pp. 177-188, en p. 185.

[11] Schema 148 (De Missali, 18), 31 de marzo de 1966, p. 12: 

Plures animadverterunt quasdam pericopas prout a biblicis sunt selectae esse plus aequo longiores, praesertim illae quae ex Vetere Testamento sumuntur, dum, e contra, aliae, quae iuxta principia exegeseos, hinc vel inde secantur, breviores apparent. [...]

Quid iudicandum vobis videtur de principiis pedagogicis:

- si pericopa est brevior, tempus non datur ut attentio vera auditoris inducatur;

- si pericopa est longior, auditor non sustinet attentionem;

- pericopae, praesertim quae doctrinam explicite intendunt, finire deberent cum versiculo qui attentionem vehementer percutit, quia statim postea attentio deficit. 

También cabe señalar que, anteriormente en el mismo esquema, se dan ejemplos de perícopas que podrían tener formas más largas y más cortas: "Item opportunum videtur ut aliquando celebrans eligere possit inter textum longiorem et textum breviorem eiusdem pericopae pro opportunitate. V.G. Isaiae 6, 6-11 vel 1-11; 1 Regum 8, 22-26 vel 22-53; Isaiae 7, 10-17 vel 2 Regum 16, 1-5 / Isaiae 7, 10-17" (pp. 9-10). El hecho de que el texto más corto aparezca en primer lugar, seguido del más largo, podría indicar que Coetus XI esperaba que la versión más corta fuera la "por defecto", y que la versión más larga se ofreciera como una opción a utilizar cuando un sacerdote lo considerara pastoralmente beneficioso para su congregación.

[12]  A saber:

×           Mateo 15:1, 7-20 [1, 7-11, 15-20] (domingo 8A después de Pentecostés);

×           Juan 4,5-42 [5-26] (domingo 3A de Cuaresma);

×           Juan 9:1-38 [1-13, 24-38] (domingo 4A de Cuaresma);

×           Juan 11:1-45 [17-45] (domingo 5A de Cuaresma);

×           Hch 1,15-26 [15-17, 21-26] (domingo 7B de Pascua);

×           Hechos 2:14, 22-32 [14, 22-24, 32] (domingo 3A de Pascua);

×           1 Pe 2,1-10 [1-5, 9-10] (domingo 2A de Pascua).

Sólo se mantendrían las lecciones evangélicas de los domingos 3A-5A de Cuaresma con formas abreviadas (diferentes).

[13] En el Año B del ordo 1967, 2 Corintios tenía sólo tres lecturas en los domingos 2-4 después de Pentecostés, y Efesios tenía diez lecturas en los domingos 5-14 después de Pentecostés. En el Año B del Ordo lectionum Missae de 1969, sin embargo, 2 Corintios tiene ahora ocho lecturas de los domingos 7-14 al año, y Efesios tiene siete lecturas de los domingos 15-21 al año.

[14] Esto explicaría también la curiosa declaración del n.º 75 de los Praenotanda al Ordo lectionum Missae (1981 editio typica altera), en la que se afirma que "la edición de la versión abreviada se ha llevado a cabo con gran cautela" (in huiusmodi breviationibus conficiendis magna cautela adhibita est), ¡algo que obviamente no es del todo exacto!

Fuente: https://www.newliturgicalmovement.org/2021/06/the-omission-of-1-corinthians-11-27-29.html 





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