jueves, 9 de septiembre de 2021

Homilía - La vocación de entrega total y de por vida al Señor

Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo: «Effetá», esto es: «Ábrete» (Mt 7, 33-34).

Queridos hermanos:

Nos hemos reunido en torno al altar del Señor para presenciar, para celebrar el compromiso de por vida de quien, como los apóstoles, ha sentido la llamada del Señor. Hoy es el día en que nuestra hermana dará un sí definitivo a Dios. Hoy ella asumirá una relación exclusiva de amor con el Señor y dispondrá su vida en las manos de Dios para el servicio de las almas.

El texto del Evangelio de hoy puede ayudarnos a profundizar en el misterio de la vocación. Los textos de la liturgia del día siempre tienen algo que decirnos, siempre ofrecen una luz sobre las circunstancias que estamos viviendo. El Card. Ratzinger escribía en el año 1988 que para hablar a sacerdotes y seminaristas «en lugar de recurrir a los textos neotestamentarios habituales sobre esta materia [la vocación sacerdotal], me parecía más fructífero aceptar el desafío de las perícopas que me presentaba la liturgia del día»[1]. Ese mismo desafío queremos asumir, aunque, estoy convencido, que no alcanzaremos la talla espiritual e intelectual del Papa Emérito.

Llamamos misterio a la vocación, pues la iniciativa es divina, fuente del misterio, y conecta con la libertad humana que, con sus luces y sombras, es siempre misteriosa. El Señor, pues, nos ayude a sumergirnos en este misterio y que los tesoros que podamos encontrar enriquezcan nuestros corazones y afiancen nuestro caminar cristiano.

Llamada aparte

«Apartándolo de la gente a un lado» (Mt 7, 33). Jesús se lleva aparte al sordomudo, ¿por qué el Señor no lo sana delante de los demás? ¿Qué significa esta particularidad que trae San Marcos? Benedicto XVI lo explica en una catequesis del año 2011: «Jesús quiere que la curación tenga lugar “apartándolo de la gente, a solas”. Parece que esto no se debe solo al hecho de que el milagro debe mantenerse oculto a la gente para evitar que se formen interpretaciones limitadas o erróneas de la persona de Jesús. La decisión de llevar al enfermo a un lugar apartado hace que, en el momento de la curación, Jesús y el sordomudo se encuentren solos, en la cercanía de la una relación singular»[2]. Son dos particularidades que tiene esta situación un poco extraña: por un lado, mantenerlo oculto a los ojos de los demás; y por otro lado, crear una relación singular entre Jesús y el beneficiario del milagro.

Estas dos explicaciones se aplican perfectamente a la vocación específica de vivir una entrega total y exclusiva al Señor. «Mantenerle oculto a los ojos de los demás». Así es el discernimiento vocacional. Una resonancia interior que solo el que es elegido puede escuchar. La vocación es un misterio que crece en el interior, en el corazón. Me permito citar unas palabras de San Josemaría, escritas hace casi 90 años: «Si me preguntáis cómo se nota la llamada divina, cómo se da uno cuenta, os diré que es una visión nueva de la vida. Es como  si  se  encendiera  una  luz  dentro  de  nosotros;  es  un  impulso misterioso, que empuja al hombre a dedicar sus más nobles energías a una actividad que, con la práctica, llega a tomar cuerpo de oficio. Esa fuerza vital, que tiene algo de alud arrollador, es lo que otros llaman vocación»[3]. Así es la vocación. Una llamada aparte como lo hace Jesús en el Evangelio de hoy. Reservada a las miradas ajenas. Ello permite una respuesta libre. Pues únicamente la persona que cree que es llamada, puede «ver» aquello que Dios le pide. La vocación es esa perla del Evangelio que se esconde, pero solo se esconde al principio, y una vez adquirida es inevitable mostrarla a los demás.

La segunda explicación de esta «llamada aparte» es que Jesús quiere tener una relación singular con el que es llamado. Aquel que ha decidido entregar su vida a Dios quiere y debe mantener una relación particular, especial, afectiva con el Señor. San Juan Pablo II define al hombre como «ser esponsalicio»[4] hasta el punto de que varón y mujer han sido creados para el matrimonio. Es decir, la vocación común del hombre y de la mujer es el matrimonio. Sin embargo, hay motivos -y hoy somos testigos de ello- que hacen digna la renuncia al matrimonio y nunca adversa la matrimonio.

Esa relación singular, hemos dicho, debe ser afectiva. Sí, amar al Señor con todo el corazón. Pero, podemos cuestionarnos, ¿cómo conseguir amar a quien «no tienes cerca», a quien no puedes abrazar? Esta pregunta tiene trampa. El Hijo de Dios ha asumido nuestra naturaleza humana, ha querido tener un corazón como el nuestro. Jesús es capaz de amar con afecto humano, como tantas veces lo hemos visto en los Evangelios. ¿Qué hace falta? Pasar tiempo con Dios, «perder» tiempo con Jesús. Un consejo: «No dejes al Señor y te enamorarás de Él»[5].

Concesión de un don y unas gracias especiales

«Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad» (Mc 7, 35). En el milagro que acabamos de escuchar, como en todos los milagros, siempre hay la concesión de un don que exige una correspondencia por parte del beneficiario. Aquel hombre estaba sordo, no sabemos mucho más de él. En la vocación siempre hay un don. Así como al sordo del Evangelio, el Señor le concede el don de la audición, devolviéndole algo que había perdido. Así mismo, al que es llamado, el Señor le concede un don, que no habríamos podido alcanzar por nuestras solas fuerzas, pero cuya correspondencia adelanta aquí en la tierra lo que un día seremos en el cielo. El don de la vocación genera unas capacidades en el que es llamado que, de algún modo, anticipan lo que estamos llamados a vivir en la eternidad. Con tu vida de entrega generosa se hace presente ya en este mundo, lo que viviremos en el más allá.

El don de la vocación viene acompañado de unas gracias especiales. Santo Tomás de Aquino lo afirma: «A los que Dios elige para una misión los dispone y prepara de suerte que resulten idóneos para desempeñar la misión para la que fueron elegidos»[6]. Esa gracia la encontrarás en tu oración personal, en la Santa Misa y la confesión. El Señor te ha elegido, te ha llamado. Él te acompañará siempre en este camino. Y todos los que te queremos también.

El anuncio de Cristo

El don de la vocación no es solo para ti, es para los demás. Dice el Evangelio de hoy: «Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos» (Mc 7, 36). No vamos a entrar en la aparente desobediencia de aquellas personas que fueron testigos del milagro. Quizás se deba a que Jesús veía que por ahora no era conveniente dicho anuncio. Sin embargo, aquellos testigos dieron a conocer a Cristo. El don recibido debe ser anunciado, debe ser dado a conocer.

Es precisamente el anuncio de Cristo tu principal misión. Sabemos bien que nuestra entrega total a Dios, nos permite una mayor disponibilidad para servir a las almas, a todas las que el Señor ponga en el camino. Hacer de la vida una ofrenda agradable a Dios. San Juan Pablo II lo recordaba: «Los fieles laicos -debido a su participación en el oficio profético de Cristo- están plenamente implicados en esta tarea de la Iglesia. En concreto, les corresponde testificar cómo la fe cristiana -más o menos conscientemente percibida e invocada por todos- constituye la única respuesta plenamente válida a los problemas y expectativas que la vida plantea a cada hombre y a cada sociedad»[7].

En ese apostolado, en esa labor, no olvidemos nunca que nos interesan las personas, una a una. El Papa Francisco lo expresó muy bien en la exhortación apostólica posterior al sínodo de los jóvenes: «ese indispensable anuncio persona a persona que no puede ser reemplazado por ningún recurso ni estrategia pastoral»[8].

Damos gracias a Dios por tu vocación, a tus padres por prepararte, a tu comunidad por acompañarte. Que seas siempre del Señor. Que cuentes con nuestra ayuda y nuestra oración. Que este paso sea el primero de todos aquellos que en la comunidad esperamos ver: tu ejemplo y tu ayuda impulse a más jóvenes a dar la vida por Cristo. Que seas siempre fiel. Así sea.

Homilía predicada en la misa de la Comunidad Tierra Santa
Parroquia San Antonio María Claret
4 de septiembre de 2021



[1] Ratzinger, J.,  Servidor de vuestra alegría, Barcelona 1989, p. 9.

[2] Benedicto XVI, Catequesis, 11 diciembre 2014.

[3] San Josemaría, Carta, 9 enero 1932.

[4] San Juan Pablo II, Catequesis, 6 enero 1980.

[5] El beato Álvaro del Portillo hacía una inversión didáctica a la redacción del último punto de meditación del libro Camino, escrito por San Josemaría.

[6] Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, 3, q. 27, a. 4 c

[7] San Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Christifideles laici, 30 diciembre 1998, n. 34

[8] Exhortación Apostólica Christus vivit, 25 marzo 2019, n. 218

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