![]() | |
Misa en la Abadía de la Santa Cruz del Valle de los Caídos. 19 de mayo de 2019. |
La evidente reducción de gestos en la última reforma litúrgica
pudo responder a un deseo de simplificar los ritos tradicionales, que en su
momento protegieron verdades, que ya no se encontraban en discusión. Así, por
ejemplo, la repetición de cruces durante la plegaria eucarística nos recordaba,
de modo pedagógico, la dimensión sacrificial de la Santa Misa, rechazada en la
reforma protestante.
Sin embargo, da la impresión que el efecto fue el
contrario. Pues verdades asentadas en otros tiempos, ya no lo están. No solo
porque ya no se creyera en ellas, sino que se viven (celebran, podríamos decir)
como si no se creyera. Así, retomando el ejemplo anterior, ¿quitar las cruces,
también en la iconografía, no nos ha hecho olvidar que la Misa es el sacrificio
incruento de Cristo?
El sacrificio de Cristo y el sacrificio de la
Eucaristía son, pues, un único sacrificio: "Es una y la misma víctima, que
se ofrece ahora por el ministerio de los sacerdotes, que se ofreció a si misma
entonces sobre la cruz. Sólo difiere la manera de ofrecer": (Concilium Tridentinum, Sess. 22a., Doctrina
de ss. Missae sacrificio, c. 2: DS 1743) "Y puesto que en este divino
sacrificio que se realiza en la Misa, se contiene e inmola incruentamente el
mismo Cristo que en el altar de la cruz "se ofreció a sí mismo una vez de
modo cruento";… este sacrificio [es] verdaderamente propiciatorio"
(Ibid). (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1367)
Tal fue la situación que se nos tuvo que recordar esta
dimensión sacrificial en la carta encíclica Ecclesia
de Eucharistia de san Juan Pablo II del año 2003. ¿Por qué recordar algo, sino porque ya
estaba olvidado en muchos ambientes? Las palabras sacrificio y sacrificial
aparecen 64 veces en una encíclica de 62 numerales, es decir, ¡un vez por cada
parágrafo!
Se nota a veces una comprensión muy limitada del
Misterio eucarístico. Privado de su valor sacrificial, se vive como si no
tuviera otro significado y valor que el de un encuentro convival fraterno. (Ecclesia de Eucharistia, n. 10).
En ella está inscrito de forma indeleble el
acontecimiento de la pasión y muerte del Señor. No sólo lo evoca sino que lo
hace sacramentalmente presente. Es el sacrificio de la Cruz que se perpetúa por
los siglos. (Ecclesia de Eucharistia,
n. 11).
Ciertamente, no se puede culpar a la sola
simplificación ritual esta situación, pero no deja de ser llamativo el
paralelismo en el acontecer de ambas: el olvido de las verdades y la
simplificación. ¿No será que esos gestos centenarios protegían verdades y que,
por tanto, era necesario mantenerlos? ¿No es acaso un ejemplo claro de la
implicación entre lex orandi y lex credendi? ¿Realmente esos gestos
estaban de más?
Con esto, no pretendo entrar en discusiones planteadas por
ciertos tradicionalismos, ni mucho menos negar reformas que la Iglesia tiene la
autoridad de emprender. Pues, como escuché decir en clase: “Puedo tener mi
opinión en Liturgia, pero cuando me revisto con una casulla hago lo que la
Iglesia quiere que haga” (F. Arocena). Sólo intento plantear una situación para
que juntos podamos encontrar luces que puedan guiarnos a vivir y enseñar a
vivir la liturgia de la Iglesia.