martes, 28 de mayo de 2019

Sobre la simplificación de ritos en la reforma litúrgica



Misa en la Abadía de la Santa Cruz del Valle de los Caídos. 19 de mayo de 2019.
La evidente reducción de gestos en la última reforma litúrgica pudo responder a un deseo de simplificar los ritos tradicionales, que en su momento protegieron verdades, que ya no se encontraban en discusión. Así, por ejemplo, la repetición de cruces durante la plegaria eucarística nos recordaba, de modo pedagógico, la dimensión sacrificial de la Santa Misa, rechazada en la reforma protestante.

Sin embargo, da la impresión que el efecto fue el contrario. Pues verdades asentadas en otros tiempos, ya no lo están. No solo porque ya no se creyera en ellas, sino que se viven (celebran, podríamos decir) como si no se creyera. Así, retomando el ejemplo anterior, ¿quitar las cruces, también en la iconografía, no nos ha hecho olvidar que la Misa es el sacrificio incruento de Cristo?

El sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son, pues, un único sacrificio: "Es una y la misma víctima, que se ofrece ahora por el ministerio de los sacerdotes, que se ofreció a si misma entonces sobre la cruz. Sólo difiere la manera de ofrecer": (Concilium Tridentinum, Sess. 22a., Doctrina de ss. Missae sacrificio, c. 2: DS 1743) "Y puesto que en este divino sacrificio que se realiza en la Misa, se contiene e inmola incruentamente el mismo Cristo que en el altar de la cruz "se ofreció a sí mismo una vez de modo cruento";… este sacrificio [es] verdaderamente propiciatorio" (Ibid). (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1367)

Tal fue la situación que se nos tuvo que recordar esta dimensión sacrificial en la carta encíclica Ecclesia de Eucharistia de san Juan Pablo II del año 2003. ¿Por qué recordar algo, sino porque ya estaba olvidado en muchos ambientes? Las palabras sacrificio y sacrificial aparecen 64 veces en una encíclica de 62 numerales, es decir, ¡un vez por cada parágrafo!

Se nota a veces una comprensión muy limitada del Misterio eucarístico. Privado de su valor sacrificial, se vive como si no tuviera otro significado y valor que el de un encuentro convival fraterno. (Ecclesia de Eucharistia, n. 10).

En ella está inscrito de forma indeleble el acontecimiento de la pasión y muerte del Señor. No sólo lo evoca sino que lo hace sacramentalmente presente. Es el sacrificio de la Cruz que se perpetúa por los siglos. (Ecclesia de Eucharistia, n. 11).

Ciertamente, no se puede culpar a la sola simplificación ritual esta situación, pero no deja de ser llamativo el paralelismo en el acontecer de ambas: el olvido de las verdades y la simplificación. ¿No será que esos gestos centenarios protegían verdades y que, por tanto, era necesario mantenerlos? ¿No es acaso un ejemplo claro de la implicación entre lex orandi y lex credendi? ¿Realmente esos gestos estaban de más?

Con esto, no pretendo entrar en discusiones planteadas por ciertos tradicionalismos, ni mucho menos negar reformas que la Iglesia tiene la autoridad de emprender. Pues, como escuché decir en clase: “Puedo tener mi opinión en Liturgia, pero cuando me revisto con una casulla hago lo que la Iglesia quiere que haga” (F. Arocena). Sólo intento plantear una situación para que juntos podamos encontrar luces que puedan guiarnos a vivir y enseñar a vivir la liturgia de la Iglesia.

¡La presa ha reventado!

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