viernes, 11 de noviembre de 2011

Cuando "olvidarse" es falta de amor

Aunque han pasado varios días desde que escuchamos el Evangelio del domingo pasado, el conocido texto de las vírgenes necias y las prudentes, vale la pena que lo traigamos a nuestra reflexión.

¿Qué pasó con las jóvenes necias? Ellas habían sido invitadas a participar de una fiesta, y quizás habían estado preparando el acontecimiento desde hacía tiempo. ¿Hay algún problema con que se hayan quedado dormidas? No, de ninguna manera, pues todas, también las prudentes, se durmieron, pero al final éstas entraron en el banquete. ¿Dónde está la falla? En que se olvidaron del aceite. La fiesta era de noche. El esposo podría tardar, y necesitaban una reserva de combustible para acompañar la espera.

Al darse cuenta de su carencia, las necias fueron a buscar aceite a la tienda. No nos dice nada el Evangelio sobre si lo encontraron o no. Me atrevo a pensar que no. Conocemos el final, por su falta de aceite, tardaron en llegar, y desde la puerta oyeron las palabras del esposo: “No las conozco”.

¿Por qué fue el esposo tan duro con estas muchachitas? ¿Cualquiera “tiene derecho” a olvidarse de algo? No, pues hay olvidos que no son falta de memoria, sino que son falta de amor. Si era lo más importante para ellas, por qué lo olvidaron. Las cosas que nos importan, en las que ponemos de verdad el corazón, no se olvidan. “Donde está tu tesoro, allí está tu corazón”, dice el Señor. Pero a veces en nuestra vida se meten otros afanes, intereses, por los que nos dejamos llevar. Recuerdo a aquel pequeño, a quien su padre envió a comprar alimentos para la comida y medicinas para la hermana que se encontraba enferma. Al volver a casa, interrogado por su papá acerca de las medicinas, respondió, con el conocido: “Se me olvidó”. A ello, el padre replicó: “Si quisieras un poquito a tu hermana, no se te habría olvidado”. ¿Realmente nos importan los que viven con nosotros? Cuán pendiente debemos estar de las necesidades materiales y espirituales de los que nos rodean.

Quiero pensar, como he dicho, que nuestras amigas necias no alcanzaron a comprar el aceite. Por dejar las cosas a última hora. No les quedó más remedio que a oscuras presentarse ante el esposo, y lógicamente éste al no reconocerlas en la noche, no les permitió pasar. El aceite es símbolo de la caridad que ilumina nuestra vida y dibuja en nosotros el rostro de Cristo. Para pasar al banquete celestial necesitamos de la caridad. “En el atardecer de nuestras vidas se nos juzgará en el Amor...” dice S. Juan de la Cruz. Sin caridad, desfiguramos la imagen de Cristo impresa en nuestra alma por el bautismo. En estos días que meditamos sobre las realidades últimas, pidamos al Espíritu Santo que inflame de amor nuestros corazones, y procuremos estar atentos a los demás.

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